Marxismo Salvaje – 23-11-2016
Escrito por La Colectiva Radio el 24 de noviembre de 2016
Después del tráfico de drogas, el tráfico de personas para la industria de la prostitución es el negocio más rentable del capitalismo. El principal blanco de esta industria de la carne humana son las mujeres.
Entre quienes problematizan esta situación, hay tres posiciones en danza con respecto a la prostitución: el prohibicionismo,el reglamentarismo y el abolicionismo.
El prohibicionismo condena la práctica de prostituirse y la vuelve clandestina. E impulsa la persecusión y el castigo de las prostitutas.
Otra postura es el reglamentarismo, que considera a la prostitución como un trabajo más y busca su reconocimiento estatal con el fin de obtener derechos y obligaciones como los de cualquier asalariada (obra social, jubilación, impuestos, vacaciones, asignaciones familiares, etc.). Una vez conquistados los derechos laborales para las prostitutas, aquí llamadas «trabajadoras sexuales», el Estado debería dejar de criminalizar la prostitución y la Policía debería dejar de regentearla.
El abolicionismo, en cambio, considera que la prostitución no puede ser considerada como cualquier otro trabajo, ya que atenta contra la dignidad humana de las personas y, por lo tanto, debería dejar de existir. Argentina firmó, en 1949, el Convenio para la represión de la trata de personas y de la explotación de la prostitución ajena, de manera que desde entonces la posición argentina es abolicionista. O sea que el Estado debería penalizar a proxenetas y tratantes, debería proteger a las mujeres en «situación de prostitución» y generar condiciones, materiales y simbólicas, para que estas mujeres puedan salir de esa situación.
Tanto el reglamentarismo como el abolicionismo son posiciones reivindicativas mínimas que buscan obtener elementos defensivos básicos para que estemos en mejores condiciones de luchar. Sin embargo es esencial no perder de vista que se le pide al Estado que reglamente o elimine un negocio que el mismo Estado promociona. Para que exista la prostitución, tiene que haber primero una organización social que la exija y la imponga a ciertos seres humanos. En el capitalismo, el primer proxeneta es el Estado burgués; por ello, si las reivindicaciones no se inscriben en una estrategia socialista tendrán un techo muy bajo.
No obstante, resulta fundamental comprender la construcción histórica de esta opresión que el patriarcado naturaliza bajo la frase «El oficio más viejo del mundo». Esta frase oculta la génesis histórica de la prostitución y el tráfico de cuerpos: mucho más viejo que el oficio de la prostitución es el oficio de ejercer el poder para someter y explotar mujeres para el beneficio de los varones.
El problema de la prostitución, hoy, tiene al menos tres dimensiones perfectamente distinguibles: capitalismo, patriarcado y racismo. La mercantilización y explotación de los cuerpos en general para la acumulación de capital no explica exhaustivamente la violencia histórica específica ejercida universalmente sobre el cuerpo de las mujeres y particularmente sobre el cuerpo de las mujeres de piel oscura. Abolir la propiedad privada de los medios de producción no sólo no garantizará la liberación de los cuerpos sino que ni siquiera tocará directamente los problemas de la división sexual del trabajo, de la conyugalidad y la monogamia, de la constitución histórica de las sexualidades y los géneros, del origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado.
De manera que tenemos, al menos, tres cosas para decir acá.
Primero, que las reivindicaciones mínimas (trabajo, vivienda, salud, educación, seguridad, etc.) son fundamentales para una política emancipatoria, al margen de si nuestra posición con respecto a la prostitución es abolicionista o reglamentarista. Tiene que ser esencial a nuestra política arrancarle al Estado elementos defensivos mínimos contra los embates constantes de la lógica del capital. (Eso sí: el derecho a la cosa no es la cosa. El derecho al pan no se come.)
Segundo, que las reivindicaciones mínimas son meros paliativos para un sistema criminal (el capitalismo) que puede satisfacer algún que otro reclamo mientras no se toquen las causas de la explotación. Sin un proceso revolucionario que ponga los medios de producción directamente en manos de los productores mismos y se deshaga del Estado como aparato y como relación social, seguiremos padeciendo y muriendo miserablemente.