El Palacio de Aguas, algo de su historia y algo de sus mitos
Escrito por La Colectiva Radio el 25 de octubre de 2024
Hablamos del Palacio de Aguas Corrientes, el primer gran depósito distribuidor de agua potable que tuvo la ciudad de Buenos Aires. El proyecto, elaborado por el arquitecto noruego Olaf Boye y la empresa británica Bateman, Parsons and Bateman, constituye una de las obras de identidad más definida de nuestra Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Un monumento al agua potable y a la importancia de la salud de sus habitantes. El maravilloso edificio donde hoy se guardan 350 mil expedientes sobre las construcciones porteñas
Creado como depósito de gravitación para la distribución de agua potable (cumplió esta función hasta 1978), actualmente tiene oficinas administrativas, de atención al usuario y es sede del Programa Cultural de AySA, que reúne al Museo del Agua, la Biblioteca Ing. Agustín González (especializada en Ingeniería Sanitaria y Ciencias del Ambiente) y un importante Archivo Histórico de Planos y Expedientes.
El verano de 1877 encontraba a Buenos Aires agobiada por el calor y con un pequeño tanque de 2.700 metros cúbicos ubicado en la Plaza del Congreso, el Estanque Lorea, como único depósito de agua para todas sus necesidades. Este depósito era a todas luces insuficiente. Existía consenso, entonces, sobre la imperiosa necesidad de construir un gran tanque distribuidor de agua corriente para Buenos Aires.
El proyecto del Gran Depósito de Servicio recién sería elevado por la Comisión de Obras de Salubridad en mayo de 1884 y por ley de octubre de ese año se autorizaban los fondos para su construcción -casi el 50 por ciento del total destinado a las obras de saneamiento que se realizarían en la Capital-.
La obra tardó 7 años, de 1887 a 1894, y en ella participaron más de 400 personas.
Dirección: Av. Córdoba 1950, CABA. Predio delimitado por las calles Riobamba, Viamonte, Ayacucho y Av. Córdoba.
Inaugurado en 1894, es una obra de arte y de ingeniería única, que ostenta una majestuosa fachada color terracota. Mientras que, puertas adentro, es una de las mayores estructuras de hierro fundido de nuestro continente declarado Monumento Histórico Nacional en 1989.
De estilo ecléctico, en el Palacio de las Aguas Corrientes predomina el renacimiento francés, con diferentes corrientes de la arquitectura francesa del Segundo Imperio. Por otra parte, muchos coinciden en que tiene similitudes con el antiguo Palacio de Justicia de Amberes, en Bélgica. Rodeado por jardines y una reja de hierro fundido, el edificio cuenta con una planta cuadrada de 90 metros de lado y 20 metros de altura. Construido en ladrillos con paredes de 1,80 m de espesor en planta baja y 60 cm sobre el nivel del cornisamento superior, la volumetría se refuerza en sus esquinas con cuatro torres que sobresalen levemente, de la misma forma que sobresalen los volúmenes que enmarcan los accesos desde el centro de cada fachada. La planta baja está elevada, con la intención de resaltar el aspecto monumental, y sus accesos se jerarquizan con pilares y arcos rebajados, siendo el principal el que presenta una cúpula central dominando el conjunto.
Con el correr de los años, varias leyendas se tejieron alrededor del exótico edificio. Una de ellas asegura que en los tanques se suicidó una pareja de enamorados porque los padres no los dejaban casarse. ¿Otra? Tomás Eloy Martínez, relató en su libro Santa Evita que el cadáver de Eva Perón estuvo escondido un tiempo en este edificio. Y en otro de sus libros, Cantor de tangos, el autor se refiere a que aquí ocurrió el asesinato de Felicitas Alcántara, que desapareció a fines del siglo XIX cuando paseaba con sus hermanas y dos institutrices.
Y nos quedamos con este último mito: una empleada del Palacio, Clara, nos contó que se quedó a trabajar después de hora. A las 18 hs. todos se retiraban, pero en este caso ella y otros dos compañeros se quedaron mas tarde. En un momento ella decidió ir al baño, para lo cual tiene que caminar como 100 metros y bajar al subsuelo, al lado del garaje. Ya el propio sonido de sus zapatos de taco alto en ese inmenso lugar le daba temor, hasta que de repente ve aparecer una joven con un vestido blanco muy vintage y los pies descalzos. Asustada, entró al baño y se subió al inodoro para que no la vieran, pero sintió ruidos y al fijarse la joven estaba ahí. Le pidió que contara su historia, que estaba secuestrada, que la tenían presa, sometida. Clara salió corriendo del miedo, no sabía si era su imaginación o si era verdad y no dijo nada por vergüenza. Cuando se enteró de la historia de Felicitas, recién entonces pudo contar lo que vivió.
La desaparición de Felicitas Alcántara sucedió el último mediodía de 1899. Acababa de cumplir catorce años y su belleza era famosa desde antes de la adolescencia. El 31 de diciembre, poco después de la una de la tarde, Felicitas y sus cuatro hermanas menores se refrescaban en las aguas del río con unos vestidos livianos, blancos, explicables por el calor atroz que hacía. Las institutrices de la familia las vigilaban. A la una y media las llamaron para dormir la siesta. Cuando las llamaron, Felicitas no apareció. Durante largo rato las institutrices buscaron en vano.
El cuerpo de la adolescente fue descubierto una mañana de abril de 1901, cuando el sereno del Palacio de Aguas se presentó a limpiar la vivienda asignada para su familia en el ala suroeste del palacio. La niña estaba cubierta por una ligera túnica con hierbas del río. Contra lo que habían especulado las autoridades, seguía tan inmaculada como el día en que vino al mundo. Sus ojos bellísimos estaban congelados en una expresión de asombro, y la única señal de maltrato era un oscuro surco alrededor del cuello dejado por la cuerda de guitarra que había servido para estrangularla. Junto al cadáver estaban los restos de la fogata que debió de encender el asesino y un pañuelo de hilo finísimo y color ya indefinido en el que aún se podían leer las iniciales RLF. La noticia alteró profundamente al jefe de la policía, porque aquellas iniciales eran las suyas y se daba por seguro que el pañuelo pertenecía al culpable.
Poco después del hallazgo del cuerpo de Felicitas, los Alcántara vendieron sus posesiones y se expatriaron a Francia. A fines de 1915, el presidente de la República en persona ordenó que las habitaciones malditas fueran clausuradas, lacradas y borradas de los inventarios municipales, por lo que en todos los planos del palacio posteriores a esa fecha aparece un vacío desparejo que sigue atribuyéndose a un defecto de construcción.
Por supuesto, también hay otras historias de fantasmas. Los guardias de seguridad se niegan a recorrer el edificio solos. Hacen sus rondas de a dos, por el miedo a algún encuentro inesperado.
Hay visitas guiadas gratuitas y con una duración aproximada de una hora. Todos los lunes, miércoles y viernes a las 11, y los martes y jueves a las 15 horas. No requiere reserva previa.
Fotos de Aysa y Maximiliano Luna