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Suéltame, presente

Escrito por el 15 de noviembre de 2009

Por Alma Bolón (*)

 “Los contenidos del plan Plan Ceibal podrán ser vistos por televisión” es el título de una nota que publicó La República, el 30 de octubre último. Sin firma, la nota es otro ejemplo del numeroso género propaganda -tendencia stalinismo machacón- que rodea la implementación de este plan.
    Si bien ese título y la recurrente denominación “Canal Ceibal” permitirían suponer que la pantalla de televisión podría servir como terminal, como elemento asociado a la XO, tal suposición pronto se revela muy errónea.

 

 

En efecto, el título no anuncia un milagro secreto, una proeza tecnológica destinada a ser vivida en el discreto seno de la intimidad nacional. Muy por el contrario, el título anuncia una suerte de antimilagro: como difundir una película de Eisenstein por radio, como escuchar una milonga de Zitarrosa transmitida por el portero eléctrico.
Porque, según propagandea el cuerpo de la nota, “integrar el uso de las computadoras (…) al resto de los integrantes de la familia y al resto de la comunidad es uno de los objetivos principales de la iniciativa Canal Ceibal”, y esto se intentará difundiendo, por diferentes canales de televisión (la señal del plan Cardales, canal 5, los canales de cable), una serie de programas televisivos con contenidos propagandísticos relativos al plan.
Dicho de otro modo, ese título termina anunciando la tan célebre como poco mirada televisión educativa, con su sempiterna sintaxis escolar (“¿Cómo lo hago?”, “Con mi computadora puedo…”), puesta al tono -necesariamente “colorido”- de nuestro presente juguetón. 
Así, por ejemplo, en “Aprendiendo con Ceibal”, “se traslada el aula escolar a un colorido estudio de televisión y allí niños y maestros desarrollan su clase”, y en “Ceibal se cuenta…” se refieren experiencias personales vinculadas a la llegada de la computadora a la casa.
(Y habrá que creer que estos formatos educativos, resultantes de las más sesudas concepciones pedagógico-didácticas, mantienen un parecido solamente casual con esos formatos televisivos, emancipadores de los pueblos, que son los reality-shows y los talk-shows. 
 También, habrá que sospechar que, una vez más, el paternalismo con que las clases medias miran (de bien lejos) a “los pobres” se conmoverá con los relatos de “esa gente”, cuyas historias seguramente demostrarán que, aunque estén munidos de computadoras, igual, o más que nunca, no son como nosotros. Porque no es difícil imaginar cuál será la composición social escenificada en esos testimonios y relatos, cuyo posible antecedente es la “jocosa” recopilación de mensajes relativos a las XO y enviados por alumnos o padres. En un apagado remake del libro del maestro Firpo, ambiguamente se celebra que, gracias al gobierno, el progreso tecnológico llegó hasta donde no había llegado la cultura letrada, al tiempo que se expone la radical extranjería de esos pobremente letrados pero con computadora, de cuya condición la recopilación invita a reírse o, peor, a festejarla con indulgencia magnánima .)
     Adoptando una postura ya  recurrente entre las autoridades y sus adeptos, la nota de La República sostiene que “no todos los docentes o adultos de nuestra sociedad están al tanto de las novedades que presentan las nuevas tecnologías”. De este modo, la subutilización de las XO es achacada a la desinformación o conservadurismo de los docentes, atribución que obtura cualquier crítica al proyecto: no se trata de un antojo presidencial disfrazado de proyecto pedagógico, se trata de que los docentes son arcaicos y desinformados.
    A la desinformación de docentes y adultos, la nota opone una sobria constatación: “las posibilidades parecen ser infinitas”; sin embargo, asombra el ejemplo elegido para ilustrar esa infinitud: “A través de la XO es posible abordar una obra literaria tediosa y transformarla en una instancia de trabajo entretenida”.
    El didáctico ejemplo sorprende. ¿Habrá que entender que la XO transforma el discurso a los galeotes del Quijote -o un cuento de Borges o de Onetti o de Felisberto- en la página deportiva del lunes, o en un perfil de facebook? ¿O será que el autor de la nota ignora que , justamente, lo propio del profesor es leer junto con los estudiantes los textos “tediosos”, y mostrar que también son apasionantes?
    Desde hace ya algunos decenios, la enseñanza se ha vuelto terreno de predilección de organismos crediticios internacionales, de economistas, de sociólogos, de tecnócratas: de traficantes de promesas de consumo creciente y seguro, de consumo protegido de los pobres. Sin duda algo grave se juega en la enseñanza, para que esos sean quienes la asedian.
    La nota de La República que asegura que la XO transforma la “obra literaria tediosa” en “trabajo entretenido” apareció cuando se discutía con ahínco cuál es la responsabilidad que cabe al Frente Amplio en la derrota de la papeleta rosada, vista la ausencia con que sus numerosos candidatos brillaron en este asunto crucial, de innegable contenido pedagógico para las nuevas generaciones.
    La negativa a anular la ley de caducidad suele plantearse en términos prácticos (“¿Para qué? Si ya están presos los principales”) y/o renovadores (“Hay que mirar hacia delante, hay que dar vuelta la página, no hay que estar estancado en el pasado”) y/o constructivos (“Hay que ponerse a trabajar y dejarse de escorchar”).
En todas estas formulaciones, se hace como si la letra de la ley fuera letra muerta: como si diera lo mismo cuál es la letra de la ley que nos gobierna. La ley no es conservada por buena, sino por insignificante, porque su letra no dice nada, en comparación con los trepidantes enunciados del presente. También, en estas formulaciones, se hace como si el pasado fuera un lugar que ya fue clausurado por razones de salubridad; se hace  como si el pasado fuera fácilmente discernible del presente.
La literatura suele poner en tela de juicio estas oposiciones facilongas entre “presente” y “pasado”, entre “conservadores” y “renovadores”, al propiciar el diálogo y el encuentro con otros tiempos y con otros lugares. El texto literario es un momento de encuentro entre quienes ya no están pero siguen diciendo y quienes están pugnando por decir lo suyo: el pasado se muestra en su insoportable actualidad, el presente revela su increíble vejez. Conversación por encima del tiempo y del espacio, la literatura muestra que el pasado es inclausurable e inabolible: no  hay manera de eliminarlo, porque su desaparición nos deja mudos.       
La literatura también pone en tela de juicio la posiblidad de prescindir de la letra de la ley: con los mundos que crea, la literatura muestra la potencia generadora y legislante de la letra y, sobre todo, muestra que la letra de la ley puede fundar mundos nauseabundos o mundos vivibles. 
Esa instancia de la literatura, con sus letras que renuevan el presente con el pasado,  que humanizan y legislan, es la instancia “tediosa”     que se nos promete que la XO sabrá convertir en “trabajo entretenido”.
La reflexión sobre la ley, sobre la letra y sobre la inevitable presencia del pasado está ínsita en la práctica literaria y en la anulación de la ley de caducidad. Habría que ver hasta dónde el modelo de sociedad fomentado por el gobierno progresista no vive -y mortíferamente prospera- de la negación de estas prácticas.

(*) Alma Bolón es linguista y dicta clases en la Facultad de Derecho en Montevideo, Uruguay

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